Habías nacido en el seno de una familia humilde. El origen
irlandés de tus padres, creyentes en Dios, os hacía esperar su benevolencia
para superar la dura situación en la que vivíais. Cuando tenías seis años tu
padre os abandonó para siempre y tu madre, mujer de poco espíritu y carácter,
quería y debía sacaros adelante a tu hermana y a ti. Fregaba escaleras en los
edificios de oficina cercanos a vuestro mísero barrio en donde compartíais una
vivienda de dos habitaciones con otra familia irlandesa. Sus fuerzas eran
escasas y su mente débil, empezó a beber y poco a poco se fue perdiendo en la
bebida que la llevó a coger una cirrosis, muriendo cuando tenías diez años.
Vuestro destino, el de las dos hermanas, fue una casa de
beneficencia en la que tuvisteis con los medios imprescindibles para seguir creciendo pero sin ningún cariño.
Todo eran horarios y obligaciones.
Un día decidisteis
escapar. Tenías 12 años. Las autoridades te buscaron por todas partes,
pero tú fuiste más hábil que ellos y no te encontraron. El día lo pasabas en el
almacén del mercado público. Allí no hacía demasiado frio y siempre había un
lugar para ti. No pedías mucho. Cuando cerraban el mercado y los agentes de
seguridad se iban, entonces, salías de tu escondite y te acercabas donde los
vendedores depositaban los desperdicios y restos de lo vendido. Siempre encontrabas algo para comer: frutas
variadas, verduras y hortalizas, etc.
Un día uno de los vendedores te vio coger de los
contenedores lo que iba a ser tu menú del día: una manzana, un plátano y unas
hojas de lechuga. Te preguntó:
¿Tienes hambre? Y tu
contestación fue que Si. Entonces él te llevó un vaso de caldo de una máquina y
otro vaso con chocolate también de la máquina.
Para ti fue fantástico volver a tomar algo caliente. Habías dejado de
hacerlo desde que saliste del orfanato y de eso hacía ya un año.
El vendedor hombre generoso, te empezó a llevar comida
preparaba por su mujer; carne, huevos, judías, pasta, arroz, etc. Todo ello te
lo calentaba en un hornillo para que lo comieras caliente.
Habías crecido y te estabas convirtiendo en una chica que,
pese a tu sucio y descuidado aspecto, no podían ocultarse tus incipientes
pechos que junto con tus bonitos, brazos, piernas y glúteos, sin olvidar tu
rostro en el que resaltaban los ojos azules irlandeses, empezabas a ser muy
atractiva, dándote cuenta por como
algunos hombres te miraban.
Tu hermana seguía en el orfanato y tú no sabías nada de ella. Eso te atormentaba.
El vendedor generoso propuso a su mujer que fueras a vivir a
su casa para ayudar en tareas
domésticas. La mujer fue confiando en ti y al poco tiempo ya te quedabas sola
en casa y, la mujer, iba a la tienda del mercado a ayudar a su marido.
Te podías duchar. Lo hacías
cuando ellos no estaban en casa. Dormías en un cuartucho sin ventana, pero era
mucho mejor que hacerlo en el mercado. Ibas poco a poco rehaciendo la vida
mísera que te había tocado. Hasta pudiste hablar con tu hermana. El matrimonio
te puso al habla con ella.
Todo transcurría con normalidad
hasta que un día, estando en la ducha, notaste que alguien había entrado en el
cuarto, no lo cerrabas pues te habías quedado sola, y cual fue tu sorpresa
cuando al retirar la cortina de la ducha viste al vendedor y también tu
protector. Gritaste pero de nada te
servía, nadie podía oírte, solo él. Tu
sorpresa fue tan grande que no reaccionabas, excepto gritando. Él con gran
calma y ojos exaltados te puso la toalla alrededor de tu cuerpo. Parecía que no
iba con malas intenciones.
Cuando saliste de la ducha él te
esperaba. Tenía el aspecto tranquilo. Preguntaste que por qué estaba allí. Te
respondió que quería hablar contigo. Fue otra sorpresa para ti. –Bueno-,
dijiste , y escuchaste lo que te propuso.
Te quería poner un sueldo con
independencia de que siguieras trabajando en la casa y alimentándote en ella. Un
secreto entre vosotros. En principio, no encontrabas ninguna dificultad a la
propuesta. Sin embargo, eso no era todo. El vendedor te propuso que, a cambio,
le concedieras tu cuerpo cuando te lo solicitara. Para ti fue difícil de
entender aquello, todavía eras una niña, pero no te negaste. Pensaste; mejor
aquí que en el almacén del mercado.
La vida siguió y el vendedor
venía alguna mañana te acariciaba tu cuerpo y te penetraba sin que tu, en ninguna
ocasión te negaras.
Cuando alcanzaste la mayoría de
edad y, después de haber ido ahorrando lo que te pagaban al mes, decidiste irte
de la casa sin dejar rastro.
Llamaste a tu hermana y la
propusiste que se viniera a vivir contigo. Ante las autoridades no hubo dificultades. Ella aceptó y en un par
de meses os instalasteis en Londres, en un piso próximo a Hyde Park, de muy
buen nivel. Tu hermana tenía un cuerpo bonito y aunque sus ojos no eran azules
la oscuridad de ellos resaltaba con el rubio de su pelo y tez muy blanca.
Necesitaba una buena sesión de estética y actualizar el vestuario. Eran temas
fáciles.
Después de varios días de
convivencia y poneros al día de lo que había sucedido en los años de separación
entraste a hacerle una propuesta; vuestro lugar de trabajo sería la barra de
los Clubs más exclusivos de Londres, ahí se conocen a hombres de alto nivel
económico que, cuando ellos os demandaran sexo, llevarías a vuestro piso. En
ningún caso os enamorarías de ellos. Vuestras tasas serían las más altas de
aquella barra y en casa siempre habría las bebidas más exclusivas: champan,
ginebras, rones, además de saber preparar cocteles para lo que asististeis a un
curso especial.
Todo empezó a transcurrir con
normalidad, dentro del plan, durante dos años no hubo dificultades. Sin
embargo, un norteamericano que estaba expatriado en Londres, deseaba tenerte a
ti exclusiva para él. No te interesaba. Querías aprovecharte de la economía de
ellos y, en ningún caso, la persona, los hombres, suponían nada para ti.
Fue tal su insistencia que
empezaste a rechazarle. Una tarde estando en casa con un cliente llamaron a la
puerta y saliste a abrir; era el norteamericano. Detrás de ti estaba el cliente
de esa noche. Tu no podías verle y negaste que estuvieses con otro hombre.
Cuando descubriste que estaba el cliente, era demasiado tarde. El
norteamericano había sacado una pistola que apuntaba a tu cliente.
Te pusiste delante y el
norteamericano tuvo que buscar el ángulo de tiro para no darte. Después de unos
instantes y dándole un golpe bajo pudiste coger la pistola matando al
norteamericano. El cliente se quedó muy asustado pero tú no, después de hacerle
unas cuantas caricias te fuiste a la cama con él, estaba perplejo pero tu
cuerpo le atraía tanto que no lo dudó y después de una especial sesión, aquel
accidente te había hecho desearle, habitualmente no ocurría. Tu cliente se
quedó dormido y aprovechaste para que dejara sus huellas en la pistola. Después
llamaste a la policía y terminaste de llevar a cabo tu plan.
Pusiste al corriente de todo a tu
hermana que se mostró impasible con el relato de lo ocurrido no dándole ninguna
importancia.
El juez te preguntó quien había
disparado la pistola y tú no dudaste había sido el cliente. Además, las huellas
así lo identificaron.
Concha Lopezosa abril
2012